Friday, June 02, 2006

articulo diario "La Nación" del 03/06/2005

"Réquiem por Valparaíso"

“Los habitantes del puerto están en pie de guerra. Si antes fue la cesantía, la corrupción en el municipio y el deterioro de la ciudad, hoy el motivo que tiene movilizada a más de una veintena de organizaciones sociales es el proyecto Puerto Barón, que promete cambiarle la fisonomía y el espíritu a la actual capital cultural del país. ¿Naufraga el viejo Pancho?

Gabriel Agosin O.

Una tarde, que bien pudo ser la semana pasada o hace cinco años, Gonzalo Ilabaca fue a comprar yerbas medicinales donde Panchito, un viejo yerbatero que tiene su puesto en una esquina en la calle Serrano. Quería yerbas para el amor.

-Ésta no falla, es el mejor afrodisíaco natural -dijo Panchito.

-Gracias, pero estoy buscando una para el amor místico, ¿me entiende?

-Entonces llévese ésta, que le da más sabiduría. Se la regalo. Sé que es pintor y que le ha entregado mucha belleza a esta ciudad. Yo, en cambio, no le he dado nada, así que por lo menos acéptelo como un agradecimiento.

El diálogo es real y forma parte del documental “La espléndida partida”, que está preparando el arquitecto y cineasta Claudio Leiva. Y sirve para graficar el estado de ánimo de muchos porteños que están angustiados -literalmente angustiados- con lo que sucede hoy en la ciudad y, concretamente, con la inminente edificación de un parque inmobiliario en la zona del muelle Barón.

-Valparaíso está muriendo, y esas historias como la del pintor y el yerbatero, que parecen cuentos pero que las vivimos a diario, van a desaparecer si el proyecto del borde costero se materializa -dice Leiva, quien además es el coordinador del Comité de Defensa de Valparaíso, agrupación que reúne a una veintena de organizaciones sociales.

Sin embargo, esta historia -que bien podría ser un réquiem- comienza mucho antes de lo que parece. Digamos que comienza el 11 de septiembre de 1973. Hasta entonces, los porteños hacían gala de su gentilicio caminando por las orillas del mar o disfrutando de las regatas que animaban los otrora poderosos clubes de remo. El golpe -eso lo sabemos todos- fue radical. Los terrenos fueron expropiados y la costa fue un privilegio sólo para los marinos.

Cuando aquella imagen de una costa libre para la ciudad estaba siendo una lejana ilusión, se anunció que el borde costero nuevamente se abriría. Al fin. Sin embargo, a pesar de los anuncios, las cosas serían mucho menos idílicas de lo que en un primer momento creyeron los habitantes de esta ciudad. Qué hacer.

FANTASMA PATRIMONIAL

Las ilusiones resurgieron con la designación de la Unesco a un sector de Valparaíso como Patrimonio de la Humanidad. Con ese título, muchos creyeron que el futuro urbanístico y patrimonial estaba asegurado, que los años de desprotección de los edificios históricos terminarían y que la falta de recursos quedaría atrás para siempre. Algunos todavía lo creen, pero otros temen que el nuevo estatus sea tomado con un ánimo refundacional que justifique una redefinición total de la urbe. A tal punto llegan las aprensiones que, por ejemplo, Juanita Fernández, dueña de una agencia de turismo cultural, dice que “la ciudad está bajo ataque. Valparaíso ha sido bombardeada por los piratas y por los españoles, y ha sufrido también varios terremotos. Pero jamás se había puesto bajo una amenaza tan grande la gran ventaja comparativa que tiene, que es su forma de anfiteatro. Es primera vez que se hace un esfuerzo organizado por hacer algo que va en contra de la ciudad”.

Esto lo dice, entre otras cosas, por el proyecto Puerto Barón, creado por la Empresa Portuaria de Valparaíso (EPV), que abrió el proceso de licitación en marzo y que tiene como objetivo, en palabras del gerente general de la empresa, “abrir un espacio nuevo para que la ciudad se integre con el mar. En él están concebidos amplios espacios públicos, comercio, culturales y de turismo, incorporados además en el plan regulador de la ciudad, para impulsar un desarrollo sustentable e integrado”.

El conflictivo Puerto Barón, que contempla una inversión cercana a los 100 millones de dólares, comenzaría a ejecutarse en el 2006 y promete, además de cambiar el rostro de la ciudad, 2.200 empleos permanentes y 3.400 indirectos en su etapa de construcción. Asimismo, el gerente general de la EPV, Harald Jaeger, asegura que “al menos un 60% será destinado a espacios públicos de libre acceso. La construcción de edificios, que no sobrepasarían los 37 metros, se justifica porque, cuando se unen proyectos inmobiliarios con el desarrollo de espacios públicos, existe un mayor cuidado y seguridad, pues las personas se preocupan de su preservación”.

Esta idea es defendida por Hardy Knittel, ex intendente de la V Región y hoy parte del Plan Valparaíso -organismo creado a fines de los ’90 para abordar los problemas que aquejan a la ciudad-, quien plantea que “nadie en su sano juicio va a estar de acuerdo en que se construyan bloques de edificios. Hay otras ciudades, como Barcelona, que demuestran que es compatible la actividad portuaria con los servicios turísticos donde primen los espacios públicos. No se van a instalar torres, sino restaurantes de buen nivel y centros culturales, lo que le da rentabilidad económica y social, y es compatible con la actividad portuaria”.

PROYECTOS ILEGALES

Estas promesas, sin embargo, son vistas con suma desconfianza por la organización Ciudadanos por Valparaíso. De hecho, su presidente, el académico y urbanista Juan Mastrantonio, califica como “impropio” que una comuna, y mucho menos una empresa, “decida sobre un territorio que ha sido declarado de uso portuario. No hay una política de desarrollo sustentable, sino una lógica depredadora que tiene como único fin el beneficio de unas cuantas empresas inmobiliarias”.

Apoyando su postura, Sandra Horn, representante del Comité de Defensa de Valparaíso, acusa que los discursos de la EPV son voladeros de luces. “En el borde costero están haciendo una isla. Aseguran que va a haber tres entradas y dicen que va a estar abierto al público. Sin embargo, hoy el muelle Barón, que está habilitado como paseo peatonal, en el Año Nuevo lo cierran y cobran entradas. ¿Quién garantiza que en Puerto Barón no ocurrirá lo mismo, si además no está contemplado ningún bien nacional de uso público, lo que en términos legales permite a quienes lo administran cerrarlo cuando quieran como si fuera un condominio?”.

Y no sólo eso. El problema, dicen sus detractores -que a esta altura son más que sus defensores-, es que, por la Ley 19.542, la enajenación y el cambio de uso de los terrenos concesionados a las empresas administradoras sólo puede realizarse mediante una modificación a la ley patrocinada por el Presidente de la República.

Vistas así las cosas, el nuevo Plan Regulador ya acordado por el municipio sería insuficiente. Ilegal, más bien. Amparados en la propia ley, los abogados Ana Eugenia Fullerton y Mauro Darmazo interpusieron el 6 de junio en la Corte de Apelaciones de Valparaíso, en representación de Jorge Burgos, presidente de la Federación de Trabajadores Portuarios, un reclamo de ilegalidad. Aunque aún no reciben respuestas, están seguros de que será acogido, y que de no ser así acudirán a la Corte Suprema.

Para Burgos, lo que se esconde en el afán que hay tras Puerto Barón es hacer desaparecer para siempre la actividad portuaria en Valparaíso y transformar no sólo el área comprendida entre Edwards y Barón en un gran barrio residencial con vista privilegiada, sino que todo el borde costero. Cierto o no, ya es un hecho que la EPV, cuyo presidente es el ex intendente Gabriel Aldoney, compró terrenos detrás de la antigua cárcel para instalar allí el primer puerto seco del país para despejar de containers la zona donde se pretende edificar.

-El problema -dice Burgos- es que la ley es muy específica para definir cuáles son las zonas portuarias que pertenecen a los bordes costeros. Las autoridades, contraviniendo recomendaciones internacionales, como las que deja en claro la revista inglesa “Fair Play” (una suerte de biblia de los navieros), argumentan que, producto del desarrollo del trabajo portuario y el aumento de las cargas por los acuerdos internacionales, es necesario que Chile tenga alejados de las costas puertos secos para la “consolidación” y “desconsolidación” de cargas. Pero, en realidad, es el pretexto para vender las mejores áreas portuarias.

Hay también razones topográficas que hacen que una medida de este tipo sea clasificada como una “brutalidad” por los trabajadores portuarios. La principal es que en los terrenos de la entrada norte -donde se construiría el proyecto- están las aguas más abrigadas y profundas, mientras que hacia el sur el fondo es rocoso y poco profundo. Al percatarse de todo esto, dice Burgos, algunos diputados de oposición le aseguraron que la modificación al artículo 53 presentado a comienzos del año por el Ejecutivo la van a parar sí o sí.

Los interesados en que se concrete este proyecto son muchos más de los que hasta ahora han salido a la palestra. Según el dirigente portuario, el más poderoso de todos es el controvertido empresario Ricardo Claro, quien está comprando áreas de respaldo en San Antonio, para pasar de ocho a 27 atracaderos y transformar ese puerto en el más grande del país.

La tesis de Burgos tiene lógica, porque, al dejar de tener el peso que actualmente tiene Valparaíso como puerto, San Antonio debería ser el destino natural de las exportaciones.

-Pero hay otro elemento -dice-: Claro es el dueño de los terrenos que van desde Barón hacia la Caleta Portales. Actualmente, en ese sector se consolidan y desconsolidan cargas, y si San Antonio se lleva la actividad de la zona, entonces en ese espacio va a poder desarrollar el proyecto inmobiliario que ya tiene hecho, pero que tiene guardado como carta bajo la manga para cuando el Puerto Barón se construya.

LA DECADENCIA PATRIMONIAL

Lo que está sucediendo con el borde costero es, según muchos, la cara visible de un problema mucho mayor: la decadencia de la ciudad y la nula voluntad política por hacerse cargo de las demandas de la compleja, crítica y activa sociedad civil porteña.

Basta con asomar la nariz por Valparaíso para escuchar las múltiples “quejas” de los ciudadanos. La falta de visión y compromiso con el legado histórico urbanístico, por ejemplo, lo grafican en que aún no se ha colocado siquiera una placa que diga que un sector fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Lo grave es que esa advertencia la hizo también hace unos meses Amaya Irarrázaval, ni más ni menos que la directora de Icomos, la agencia que acreditó ante la Unesco los méritos de la ciudad.

Peor aún: en esa ocasión dijo que si las cosas siguen como están, a Valparaíso podrían despojarla de su título.

Aunque cree que las palabras de Irarrázaval fueron sobredimensionadas, José de Nordenflycht, historiador de la Universidad de Playa Ancha y secretario general de Icomos, alega que “es lamentable el estado de deterioro de Valparaíso en términos humanos y desde el punto de vista patrimonial y cultural”.

De Nordenflycht no se queda ahí e ironiza con la instalación de “esa suerte de Ministerio de la Cultura que no es tal que preside un ministro que tampoco lo es”, en una ciudad donde curiosamente el único cine que existe es el Hoyts; donde casi no hay salas de teatro; donde el Teatro Municipal está en venta y donde casi no existen librerías.

-Es insólito -remata-. Como ciudadano, Valparaíso no me ofrece ningún atractivo.

Más crítico aún es Juan Mastrantonio, para quien sería “vergonzoso” que Valparaíso perdiera el título patrimonial. No obstante, dice, “tan extraño no sería, porque ni ahora ni antes las autoridades han entendido lo que es el patrimonio, y el criterio que ha primado es generar expectativas de inversión inmobiliaria en los alrededores y no dirigido a la preservación. Hay mucha ignorancia mezclada con objetivos de otra naturaleza. No se ha hecho casi nada, y lo poco que se ha hecho son respuestas formales a los requerimientos de la Unesco”.

Pero si Valparaíso nunca ha tenido una vocación patrimonial, al punto de que se aprobó la demolición del Teatro Valparaíso en medio del proceso de postulación en la Unesco, y que se miran displicentemente los constantes incendios y atentados de los que ha sido víctima el Palacio Cousiño, por ejemplo, por qué entonces los esfuerzos en hacer de una zona de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad.

Otro porteño, Justo Pastor Mellado, curador y crítico de arte, dice que “la responsabilidad no es de (el ex alcalde) Pinto ni de las actuales autoridades, sino de la propia Unesco, por no haber estudiado la capacidad real que tenía Valparaíso para gestionar un proyecto de esta envergadura”.

-Valparaíso no hace más que decaer -acusa-. En vez de haber tomado la declaración de Patrimonio de la Humanidad como la punta de lanza para formular un plan de renovación de la ciudad en su conjunto, sólo se benefician unos pocos inversores inmobiliarios que, en términos objetivos, consolidan políticas discriminatorias que acrecientan el sentimiento de segregación de la ciudadanía que habita las zonas no patrimoniales.

Como sea, no son pocos los que hablan de la inminente muerte de Valparaíso, al menos como se ha conocido hasta ahora a la ciudad. Y eso a pesar de los entusiastas. Los porteños, que siempre se han jactado de ser una de las pocas ciudades de Chile sin fecha de fundación, ahora ven con temor que la de defunción esté cerca. De ser así, las voces de protestas se irán confundiendo con el tiempo y se escucharán como un nostálgico réquiem del que un día fue el principal puerto del Pacífico.”


Copyright © 2005, Empresa Periodística La Nación S.A.




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